El teatro es poesía que se levanta del libro, y se hace humana
Andrés Soria señala en el completo prólogo que abre el volumen, “lo teatral obedece en García Lorca a un impulso primario”, pues desde la infancia Federico sentía fascinación por los títeres. Una vocación que, más allá de identificar lo poético y lo dramático, nos revela el teatro como una escuela de llanto y risa.
A comienzos de los años 30 puso en marcha la compañía de Teatro Universitario La Barraca con la que pretendía la renovación de la escena española, remontándose a los clásicos como educadores del gusto popular bajo una escenografía vanguardista. Este cambio se fue fraguando desde sus primeras obras, como bien se aprecia en El maleficio de la mariposa, construida a partir de un poema hoy perdido sobre el amor imposible de dos insectos. Un estreno que, en 1920, desconcertó al público aunque reconociesen a Lorca como gran poeta.
El manuscrito de Mariana Pineda, fechado en 1925, se construyó sobre la leyenda de la heroína que cantaba a la libertad y fue estrenada tres años después con un discreto éxito de público y crítica. Las acotaciones modernistas que fundían las sensaciones cromáticas, lumínicas y olfativas se materializaron en un montaje vanguardista, cuya escenografía y vestuario fueron diseñados por Salvador Dalí.
Lorca continuó con su renovación de la escritura dramática concentrándose en el teatro para guiñoles (Títeres de Cachiporra, el Retablillo de don Cristóbal estrenada en 1934), un modelo que mezclaba lo cómico y lo trágico, y le permitía retornar a la esencia del teatro. A ello se añadió la genial colaboración de Manuel de Falla en el acompañamiento musical.
Las posibilidades de la farsa se abrieron entonces con obras como La zapatera prodigiosa (estrenada en 1930) que inauguró un periodo de febril actividad teatral al remontarse a la tradición del viejo y la niña bajo una mirada nueva, o el Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, un nuevo acercamiento al tema del matrimonio desigual estrenada en 1933. La música, dirigida por el propio Federico al piano, resultó también clave para el conjunto. Una prosa con ascensos y descensos rítmicos que retrataba la venganza y sacrificio del viejo marido cornudo.
Los Diálogos supusieron un cambio de registro dentro de su búsqueda de nuevas formas expresivas. En ellos se daba el ritmo acelerado y los planos simultáneos, en ocasiones fragmentos inconclusos, que reflejaban el experimentalismo de Lorca en torno a 1925.
Tras esta etapa Lorca viajó a Nueva York, estancia que le permitió descubrir obras vanguardistas y tomar distancia para reflexionar sobre el porvenir del género. En América escribió Viaje a la luna (influida por El perro andaluz de Buñuel) y El público, a la que se añade Así que pasen cinco años dentro del “teatro imposible” de influencia surrealista. Todas ellas responden al impulso de reforma con personajes genéricos que se convierten en máscaras y espacios como sucesión de etapas que recorre el “yo” y transgreden las antiguas fórmulas teatrales.
En torno a 1935 el artista se concentró en la idea del teatro como herramienta de educación del pueblo. En algunas entrevistas aludía a la escritura de un drama social sobre el teatro y la verdad, sobre la fatalidad del amor. Pero, entretanto, abordó el teatro comercial sin renunciar a sus propósitos renovadores: le influían los dramas rurales de Marquina a los que le confirió un toque mítico y simbólico.
El éxito de Bodas de sangre en 1932 lo consolidó como autor dramático al revisar el tema de la honra lavada con sangre, tan común en los dramas del Siglo de Oro, y ahondar en el juego de pasiones elementales que entroncan con la fatalidad de la tragedia griega. Además del modelo clásico, resuenan ecos shakespearianos en el enfrentamiento familiar de Capuletos y Montescos y en algunas citas de Ricardo III.
El autógrafo de Yerma está fechado en julio de 1934 y su estreno, pocos meses después, tuvo un éxito clamoroso. Yerma será la tragedia de la mujer estéril. La imposibilidad de engendrar contaba con antecedentes en algunas suites de Lorca y en Así que pasen cinco años pero, a pesar de su obsesión por ser madre, la protagonista no transgrede las reglas sociales. El motivo de la honra se pone pues al servicio de la fatalidad y, aunque la sociedad no deja espacio a la libertad, el conflicto se desboca en el interior de Yerma.
Doña Rosita la soltera fue la última obra que Lorca estrenó en vida a finales de 1935. Su fama estaba en un punto álgido y con ella iniciaba un ciclo de crónicas granadinas orientadas hacia la comedia. Se trata de una pieza de dulces ironías sobre la vida mansa de una doncella andaluza que se termina por convertir en una grotesca solterona con la esperanza muerta.
Llegamos así a la más famosa de las piezas lorquianas que se estrenó de forma póstuma en el exilio de Buenos Aires en 1945. El manuscrito de La casa de Bernarda Alba se terminó en junio de 1936, dos meses antes de la muerte del poeta. El subtítulo de “Drama de mujeres en los pueblos de España” ya nos da el contexto en el que se enmarca la obra. El artista reduce el tono poético de títulos anteriores en pro de un realismo en el que cuentan tanto las palabras como los silencios. A ellos se suman unos escenarios en blancos y negros que reflejan el luto que impone Bernarda tras la muerte de su segundo marido y la opresión que sus hijas sienten en la casa. Un espacio de control e intolerancia que termina llevando a la violencia progresiva y a la fatalidad trágica.
Lorca “era infatigable en la creación, en la experimentación” apuntaba Pablo Neruda. Quien lea este Teatro completo (en el que también se recogen algunos títulos inconclusos y la música que compuso para algunas de sus obras) descubrirá a uno de los dramaturgos más grandes que han tenido nuestras letras cuyo gran empeño siempre fue la renovación de la escena española.